Seis poemas de Andrew Marvell Saltana Revista de literatura i traducció A Journal of Literature & Translation Revista de literatura y traducción
The Garden
How vainly men themselves amaze
To win the palm, the oak, or bays;
And their uncessant labors see
Crowned from some single herb or tree,
Whose short and narrow-verged shade
Does prudently their toils upbraid;
While all the flowers and trees do close
To weave the garlands of repose.

Fair Quiet, have I found thee here,
And Innocence, thy sister dear!
Mistaken long, I sought you then
In busy companies of men:
Your sacred plants, if here below,
Only among the plants will grow;
Society is all but rude,
To this delicious solitude.

No white nor red was ever seen
So amorous as this lovely green;
Fond lovers, cruel as their flame,
Cut in these trees their mistress' name.
Little, alas, they know or heed,
How far these beauties hers exceed!
Fair trees! wheresoe'er your barks I wound
No name shall but your own be found.

When we have run our passion's heat,
Love hither makes his best retreat:
The gods who mortal beauty chase,
Still in a tree did end their race.
Apollo hunted Daphne so,
Only that she might laurel grow,
And Pan did after Syrinx speed,
Not as a nymph, but for a reed.

What wondrous life is this I lead!
Ripe apples drop about my head;
The luscious clusters of the vine
Upon my mouth do crush their wine;
The nectarine and curious peach
Into my hands themselves do reach;
Stumbling on melons as I pass,
Insnared with flowers, I fall on grass.

Meanwhile the mind, from pleasure less,
Withdraws into its happiness:
The mind, that ocean where each kind
Does straight its own resemblance find;
Yet it creates, transcending these,
Far other worlds, and other seas;
Annihilating all that's made
To a green thought in a green shade.

Here at the fountain's sliding foot,
Or at some fruit-tree's mossy root,
Casting the body's vest aside,
My soul into the boughs does glide:
There like a bird it sits and sings,
Then whets and combs its silver wings;
And, till prepared for longer flight,
Waves in its plumes the various light.

Such was that happy garden-state,
While man there walked without a mate:
After a place so pure and sweet,
What other help could yet be meet!
But 'twas beyond a mortal's share
To wander solitary there:
Two paradises 'twere in one
To live in Paradise alone.

How well the skillful gard'ner drew
Of flowers and herbs this dial new;
Where from above the milder sun
Does through a fragrant zodiac run;
And, as it works, th' industrious bee
Computes its time as well as we.
How could such sweet and wholesome hours
Be reckoned but with herbs and flowers!




5





10




15





20





25




30





35




40





45





50




55





60





65




70
El jardín
Traducción de Nicolás Suescún
Cuan en vano se enajenan los hombres
por alcanzar la palma, el roble o el laurel,
y así ver su incesante trabajo coronado
por un único árbol o un arbusto
cuya corta, estrecha y limitada sombra
con discreción sus labores califica,
mientras aquí las flores y los árboles
entretejen las guirnaldas del reposo.

¡Aquí te he hallado, suavísima calma,
y a la Inocencia, tu querida hermana!
Equivocado, siempre te busqué
en la agitada compañía del hombre.
Tus sacras plantas, al menos en la tierra,
prosperan sólo entre las plantas,
pues son casi rudas las personas
con estas soledades deliciosas.

Jamás vio nadie un blanco, un rojo,
tan dulce como este verde seductor.
Tontos amantes, cual sus amadas crueles,
grabaron en los árboles sus nombres;
bien poco saben, ¡ay!, o se dan cuenta
de cuánto superan ellos su belleza.
Bellos árboles: si vuestros troncos llego a herir
sólo en ellos vuestros nombres se verían.

Agotada ya de la pasión la calentura
hace el amor aquí refugio sin igual.
El dios que fue tras la mortal belleza
también en árbol culminó la caza:
Apolo a Diana persiguió de tal manera
para que sólo —ya laurel— medrar pudiera,
y en pos de Siringe se apresuró el dios Pan,
no tras la ninfa, sino por una flauta.

¡Qué mágica la vida que llevo aquí!
Rojas manzanas caen en torno a mí
y exquisitos rácimos de las viñas
exprimen ricos vinos en mi boca.
Melocotones y escogidos duraznos
a mis manos llegan presurosos,
y caigo, al tropezar, con los melones,
en la hierba, burlado por las flores.

Entretanto la mente, de bajos placeres
se aparta y se asila en su felicidad:
la mente, océano donde cada especie
no tarda en hallar su propio doble,
para luego crear, trascendiéndolo,
mil otros mundos y diversos mares,
reduciendo todo lo que existe
a un verde pensar bajo una sombra verde.

Aquí, al pie resbaloso de una fuente
o en mohosas raices de árboles frutales,
despojándose mi cuerpo de las ropas,
se desliza mi alma entre las ramas
y se posa como un ave, y canta,
y luego frota y peina sus plateadas alas
hasta que, presta para elevado vuelo,
sus plumas ondula la variada luz.

Así era aquel feliz jardín-estado
donde moraba el hombre solo:
con ese sitio tan suave, tan puro,
¿qué más ayuda podía necesitar?
Pero no fue su lote de mortal
el pasear solitario por sus sendas:
dos edenes —no uno— habrían sido
de vivir él a solas en el paraíso.

Qué bien trazó el hábil jardinero
con flores y hierbas este nuevo reloj
donde el suavísimo sol en lo alto
corre a través del zodíaco oloroso,
y donde, al laborar la diligente abeja,
su tiempo, como nosotros, cuenta.
¿Cómo, si no es con flores y con hierbas,
calcular tan dulces y tan sanas horas?.




5





10




15





20





25




30





35




40





45





50




55





60





65




70
Derechos de autor Ojos y lágrimas Diálogo entre el cuerpo y el alma Seis poemas de Andrew Marvell